Opinión | Yeux noirs, lèvres rouges

Por Gabriel Mendoza García

El juego comenzó como un plan serio. Las fichas estaban repartidas y los tahúres ya miraban con recelo a sus contrincantes. Fue un momento en la memoria, un instante que se amalgamó entre el corazón y la mente. Roberto Suárez lanzó la primera carta, esperando que sus rivales se estremecieran. No obstante, fue Tatiana Sokolov quien dejó sin habla a los presentes: dejó escapar un hilo de humo a través de sus carnosos labios carmesí. Todo era blanco y negro, excepto lo rojo de su boca y de su atuendo: un vestido ceñido a su simétrica figura de amazona. Roberto carraspeó y se llevó una mano a la boca. Pero nadie lo miraba. Los jugadores estaban embelesados ante Sokolov, quién nunca en su vida había hablado. El italiano, el francés, el alemán y el gringo estaban a la espera de que esgrimiera sus primeras palabras, pero todo se quedó en una sonrisa. En cambio, el mexicano volvió a carraspear, esta vez con más fuerza. Gianluca Castelli hizo una ademán para que prosiguiera con su jugada, pero Roberto no estaba de acuerdo: requería la atención del grupo. Kurt Meyer azotó la mesa con su enorme y callosa mano. Los jugadores se ofuscaron y dejaron de prestarle atención a la mujer de rojo. Roberto tomó otra carta y la miró detenidamente. Y no sin antes asirse el sombrero de casimir y darle un profundo sorbo a su whiskey en las rocas, emitió un anodino “paso”. El francés casi escupe el trago que le dio a su Petite Sirah de 1826, lo cual hubiese sido una ofensa para si mismo. El turno ahora era para James Wallace, un sujeto de bigote perfectamente recortado, ojos grises, como todo en su cuerpo, y cara de mentecato. A Roberto era el que menos le agradaba de todos esos sujetos. James lanzó los dados y después tomó tres cartas. Finalmente, dijo que apostaría todo. Roberto hizo rechinar su quijada, mientras que Pierre Jean Baptiste de LaCroix no pudo omitir un “Sacre-bleau” inundado en odio. Kurt le volvió a pegar a la mesa y gritó “Scheiße”, mientras que el italiano hizo un gesto de pasarse las uñas por la papada. Sin embargo, para sorpresa de todos, Tatiana emitió una carcajada. Y en ese momento todos se quedaron boquiabiertos. James se levantó de su asiento y se retiró el sombrero. Extendió su mano en pos de la dama, quien de nuevo se ocultó el rostro con el sombrero rojo de ala ancha y le dio un trago a su Martini. Roberto ya no podía más, estaba harto de esa misión. Nunca aprendió a jugar “Memoria”, y mucho menos sabía qué demonios era lo que esos sujetos estaban jugando. Él sólo sacaba cartas y jugar a las apariencias. Su única misión estaba demorándose y no tenía tiempo para más estupideces. El italiano ordenó un Limoncello, mientras que el alemán azotó su tarro encima de la barra. El cantinero, de visible aspecto español: cejijunto, barba de tres días, nariz aguileña y un acento de mierda, le rellenó las copas a los señores de mala gana. Roberto imitó aquello y esta vez pidió un tequila. El gringo le sonrió y meneó la cabeza. Esta vez se había propasado: ¿quién demonios se creía ese Clarke Gable de cagada para juzgarlo? Todos en esa sala estaban siendo unos trillados: un español que hablaba de la mierda, un italiano desdeñoso, un francés indignado, un alemán irracional y un gringo arrogante. Ah, sí, y una rusa misteriosa y roja. Roberto estaba siendo un mexicano acomplejado y diminuto, tal cual siempre lo fue, incluso años antes de unirse a la Sociedad del Cangrejo.

            —Tatiana Sokolov, mi nombre verdadero no es Roberto Suárez, y no, tampoco soy un tahúr. Mi nombre verdadero es Pascual Rodríguez, y represento a la Sociedad del Cangrejo. Es tiempo ya de que confieses tus fechorías de repercusión interplanetaria.

            Los jugadores estaban atónitos: nadie había entendido nada, salvo el español, que se limitó a encogerse de hombros mientras limpiaba una copa y fumaba su puro.

            —What the hell are you talking about, mexicanou?

            —Cállate pinche gringo, esto no te incumbe. Vengo por la señorita de rojo.

            —Nein! Nein! Nein! Fick dich!

            —Porca troia, figlio di puttana.

            —Connard!

            —¡Me cago en sus muertos!

            —Fuck you, basterds!

            —Al chile se van todos a chingar a su madre.

            La rusa se llevó la mano a la bolsa y extrajo una Beretta de nueve milímetros, y rápidamente fulminó al italiano, después siguió con el francés y luego el alemán. Roberto, quiero decir, Pascual, se echó al piso y se cubrió la cabeza con las manos, incapaz de reaccionar rápido y extraer su Revólver. El gringo se puso de rodillas y suplicó por su vida, pero ella fue indiferente y le disparó en la frente. Un sinfín de gotas de sangre gris empapó al cantinero, quien no puso sino dejar caer su puro y decir:

            —Hostia puta, joder. Qué desastre.

            Pascual trató de arrastrarse por la alfombra, pero la rusa le disparó en la pierna. El mexicano emitió un alarido:

            —¡Ándale, ándale! Ajua, Viva México. Tacos, frijoles, la fiesta.

            —Quierrro hacerrrte una prrregunta antes de matarrrte, mejjjicano.

            —¡Es un honor estar con Obr…!

            La rusa lo fulminó con una ametralladora que extrajo de su bolso, impidiendo que el mexicano finalizara su frase.

            —No digas que me viste, Antonio.

            —Soy una tumba, señorita Sokolov.

            —Mi trrrrabajo aquí ha terrrrminado. Me voy a la madrrrre Rrrrusia.

            —Pues claro, yo limpiaré este desastre, señorita.

            —Salúdame a Carrrmen. Luego paso por unos chupitos.

            La dama de rojo se transformó en un gorrión del mismo color y se alejó volando del bar “El Negro”, ubicado en las inmediaciones del Barrio de las Letras, conocido por su movida gay en Madrid, España. Y su vuelo la llevó hasta las costas de Siberia, en donde volvió a transformarse en una misteriosa dama de sombrero, pitillera y bolso diminuto. Un hombre de espesa barba y ojos muy rasgados la esperaba junto al mar.

            —¿Tuviste suelte?

            —Los asesiné a todos, Hiyoshi.

            —Muy bien, Tatiana. Esos bastaldos de la Sociedad del Canglejo casi nos descublen. Te tengo una nueva misión.

            —¿Qué debo hacer?

            —¿Me dejalias cagal en tu casa? Mi baño estal descompuesto.

Deja un comentario